Geo Widengren

El Sacrificio del Rey Sagrado y el Siervo Sufriente de Isaías,
segun Geo Widengren

La indudable influencia mesopotámica en las Escrituras hebreas

Geo Widengren fue uno de los primeros investigadores que atribuyeron un origen mesopotámico al Siervo Sufriente de Isaías (Isaías. 53) y que lo pusieron en estrecha relación con la figura de Tammuz y con la figura del Rey Sagrado sacrificado, tal y como testimoniaba el ritual de la realeza babilónica en las celebraciones del Año Nuevo. En «Sacrificio y drama del rey sagrado» (Eliseo Ferrer) [1] se ofrece una acertada síntesis de estas relaciones de dependencia intercultural desarrolladas por el investigador sueco tanto en su «Fenomenología de la religión» (Madrid, 1976), como en «La religión judeo-israelita» (Historia religionum) (Vol. I. Madrid, 1973).

Sobre Widengren: «Sacrificio y drama del rey sagrado» p. 527.

El Siervo Sufriente o Siervo de Yahvé (Ebed Yahvé), presente en cuatro cánticos de Isaías redactados durante el cautiverio de Babilonia, conformó el último componente estructural del mito protognóstico y mistérico fundamentado por Pablo de Tarso y culminado por la Iglesia: el tardío nivel de significación que cerraba el círculo de sentido inaugurado por la abstracta representación del Siervo del segundo himno de Filipenses; una figura ésta con un significado muy diferente al de la figura doliente del profeta. En definitiva, el Siervo Sufriente de Isaías, identificado con el Mesías y rescatado por la Iglesia, conformaba una figura con un significado ancestral, que, como ya hemos visto, algunos autores identifican en la actualidad con los sufrimientos expiatorios del rey mesopotámico, y que, en última instancia, nos remite a las culturas sedentarias de los primeros cultivadores. Una figura y un significado que, por cierto, no fueron exclusivo patrimonio del texto de Isaías dentro de las Escrituras hebreas. La imagen del cordero llevado al degolladero (el cordero sobre el que gira el Apocalipsis) aparecía también en Jeremías, en conexión con la frase «separarlo de la tierra de la vida». Pues parece claro para algunos especialistas que ambos profetas (Isaías y Jeremías) se sirvieron de una fraseología cultual conocida desde la antigüedad, en la que hallamos el símbolo del árbol talado. Según Widengren, el Siervo Sufriente (asociado a la figura del dios babilónico Tammuz) era una clara representación del «viejo símbolo de la divinidad que moría y resucitaba, lo mismo que el cordero. En consecuencia, se ha afirmado repetidas veces que el Deuteroisaías utilizó el lenguaje cultual de las lamentaciones por la divinidad que sufría y moría en el culto oficiado por el rey». Según el investigador sueco, y en contra de la representación colectiva que han pretendido encontrar en el Siervo Sufriente los teólogos y muchos autores contemporáneos, se trataba de un individuo descrito con rasgos regios, que sufría en el culto por los pecados de su pueblo (el Rey Sagrado expiatorio): una figura individual, en definitiva, que, como soberano, representaba a todo el colectivo de la nación. «Ésta pudo ser la interpretación personal del mismo profeta, ya que con dificultad se le encontrarán precedentes [como entidad colectiva] en las religiones del Próximo Oriente, en las que hallamos con frecuencia la imagen del rey doliente».

Sobre Widengren: «Sacrificio y drama del rey sagrado» pp. 193,194.

Digamos que la figura del justo, o Siervo o Justo Sufriente, adquiría una dimensión mucho más elaborada y clara cuando su significado aparecía unido a la muerte del Chivo Expiatorio, tal y como exponía el texto de Isaías:

Fue despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento. Y como escondimos de él el rostro, lo menospreciamos y no lo estimamos. Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros le tuvimos por azotado, como herido por Dios, y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino. Pero Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. Él fue oprimido y afligido, pero no abrió la boca. Como un cordero, fue llevado al matadero; y como una oveja que enmudece delante de sus esquiladores, tampoco él abrió su boca. Por medio de la opresión y del juicio fue asesinado. [2]

Jeremías, por su parte, el profeta anunciador de una nueva alianza [3] entre la casa de Israel y la casa de Judá, recuperaba y ofrecía un marco de referencia claro a la figura del Cordero.

Pero yo era como un cordero manso que llevan a degollar, pues no entendía que contra mí maquinaban planes diciendo: “Eliminemos el árbol en su vigor. Cortémoslo de la tierra de los vivientes, y nunca más sea recordado su nombre.” [4]

No hay duda de que, a simple vista y en una primera lectura, lo que el texto de Isaías evoca son las funciones expiatorias del chivo. Si bien, en contra de las interpretaciones tradicionales e ideologizadas, y muy particularmente de la visión de la Iglesia, Widengren fue mucho más lejos al entender que el término «Siervo de Yahvé» había sido un título propio de la antigua realeza israelita. [5] «De aquí que el siervo no fuese sino el Rey Sagrado —reconocía el investigador sueco—. La descripción de los sufrimientos del siervo concordaba en cierta medida con el ritual babilónico de la fiesta del año nuevo y con la humillación cúltica del rey. Por otra parte, se daban bastantes concordancias entre los padecimientos del siervo y los de Tammuz en el mundo inferior». Widengren asoció, como vemos, al Siervo Sufriente conducido al matadero con el dios mesopotámico Tammuz, en tanto que también éste había sido el cordero en poder del mundo inferior. «El siervo venía descrito como el rey, que representaba en su persona al pueblo entero y que, como víctima por la culpa, padecía por las transgresiones de toda la comunidad. Fenomenológicamente, se trataba del mismo nivel que el tipo de dioses que padecían y morían como víctimas expiatorias por los pecados y transgresiones de los demás». [6] Como expresaba este mismo autor en otra de sus obras con admirable lucidez, «el rey davídico era el Siervo de Yahvé, que durante las fiestas de año nuevo era presentado como el siervo doliente. Era el mesías de Yahvé, pero en esta ocasión era el mesías humillado. Y lo cierto es que nos hallamos aquí ante una humillación ritual del rey davídico, que en principio no era distinta de la que sufría el rey babilónico en las análogas fiestas de comienzos del año». [7]

Por lo demás, desde los trabajos de Gressmann [8]  y de Cheyne, [9] entre otros, se viene insinuando que la figura del Siervo de Dios fue antiguamente un dios-salvador asesinado, cuya naturaleza divina y rasgos característicos desaparecieron con las alteraciones posteriores de los profetas. «Se trata de una figura que se encuentra en parentesco con el dios Tammuz de los babilonios, y lo más probable es que fuese el mismo Hadad-rimón. […] Pero no olvidemos que el servidor de Dios era, por encima de todo, un personaje mesiánico, del que se decía [10] que fue elevado delante de Yahvé “como débil retoño, como raíz que surgía de la tierra seca”». [11]


  • [1] Eliseo Ferrer. «Sacrificio y drama del Rey Sagrado» (Genealogía, antropología e historia del mito de Cristo)». Madrid, 2020. pp. 193, 194 y 527.
  • [2] Isaías. 53.3-8.
  • [3] Jeremías. 31.31,32.
  • [4] Jer. 11.19.
  • [5] Uno de los primeros en ver que el rey israelita era el siervo doliente fue A. R. Johnson. «The Labyrinth». Londres, 1935.  pp. 100, 106, 111. Citado por G. Widengren.
  • [6] Geo Widengren. «Fenomenología de la religión». Madrid, 196. p. 273.
  • [7] Geo Widengren. «La religión judeo-israelita». En Historia religionum. Vol. I. Madrid, 1973. pp. 281.
  • [8] Citado por A. Drews. «Die Christusmythe». Jena, 1909. «El mito de Jesús». 71:  Gressmann. «Der Ursprung der israelitíschjúdischen Eschatologie». 1905. p. 322 y ss.
  • [9] Citado por A. Drews. Op. Cit. 71: Cheyne. «The mines of Isaiah re-explored». 1912. p. 42s.
  • [10] Is. 53.2.
  • [11] A. Drews. Op. Cit. 71, 72.

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